El crimen es… dominar el sentimiento, ir contra la propia emoción, la resistencia a amar.
El detective es… una mujer enamorada que investiga el amor y lucha por hacerlo realidad.
El cebo es… seducir… para que el hombre al que ama muerda el anzuelo de la pasión.
El peligro es… ser destruido por la necesidad de caricias, por la nostalgia, por el deseo.
El juego es… apostar a ciegas.
Y la solución es… perder. Perder una y otra vez. Perder hasta hacer de la pérdida un arte. Perder hasta perderlo todo. Perder hasta quizá… no haber perdido.
Premio Azorín 2009
Relato truculento trufado de mensajes de mail y sms; la peripecia vital de una mujer en la cuarentena que busca el amor a través del chat. El juego de la seducción es enfermizo, casi letal… Y al mismo tiempo tan atractivo, sugestivo y peligroso, que resulta irresistible no sólo caer en él, sino mantenerse en él... hasta la muerte.
En contra, tanta reflexión introspectiva llega al aburrimiento; particularmente echo de menos más acción y dinamismo en la historia. También he visto —y no debería ver en un libro premiado escrito por una filóloga— varios fallos ortográficos y de expresión «de manual de Primaria». Antes que a Escribir, debemos aprender a Redactar con corrección. Y lo que me sorprende, repito, en una mujer que ha cursado una carrera de Filología Hispánica, es encontrarme fallos que a mí no se me perdonan. Lo cual está perfecto, porque son imperdonables. Pero si lo son para mí… también deben serlo para el resto del personal dedicado a la noble tarea de crear «obras de ficción». Como digo siempre: o todos moros o todos cristianos.
No es que yo sea tiquismiquis, ni mucho menos… Digamos que a base de recibir críticas demoledoras de gente muy puntillosa, he aprendido yo también a ser exigente y a criticar aquello que me parece una aberración y un insulto a la lengua española. Ahora bien, por otro lado, me quedo tranquila al ver que los lectores de las editoriales y los jurados de los concursos buscan, ante todo, una BUENA HISTORIA, y si la encuentran, no reparan en fallos «tontorrones». A fin de cuentas, nadie es perfecto, ¿no? Pues bien, a partir de esta premisa, mi único deseo, como candidata al Premio Azorín 2010, es ser medida con el mismo rasero que a los demás.