Tanto si te gusta Zafón como si no, es innegable que toda novela tiene una banda sonora que actúa de telón de fondo. Él ha sido de los pocos, por no decir el único, que se animó a componer su propia banda sonora para La sombra del viento; yo, que nunca he sido aficionada al solfeo ni hábil con las notas musicales, me veo limitada a “utilizar” el talento ajeno. Por ello, siempre que empiezo una nueva novela busco entre toda mi discografía lo más ideal y que más se adecue tanto a la historia como a los personajes que en ella intervienen. Cada canción es en esencia una pequeña historia, y cada historia tiene una canción (o muchas) que la acompaña. El cine en sí mismo no es sino una historia con música e imágenes en movimiento. Si quitamos las imágenes, nos quedan las famosas radionovelas que aquí hicieron furor en los años cincuenta. El escritor necesita muy a menudo rodearse de todo aquello que le ayude y le alivie el peso de su tarea, las más de las ocasiones solitaria (ver también en este blog La soledad del escritor). Y la música bien puede ser no sólo una excusa para “recargar las pilas”, sino fuente de inspiración para una o incontables “escenas”. Dijo alguien que la inspiración no existe, sólo hay trabajo, y trabajo duro. Sin querer quitarle mérito al trabajo duro (y técnico) de la escritura, discrepo y afirmo que la inspiración es importante. Por supuesto, no lo es todo. La inspiración, ni siquiera la que nos ofrece la mejor música, no sirve por sí sola para llevar a buen puerto las ideas que nos rondan por la cabeza. Pero ¡Jesús, lo que ayuda! A mí me ayuda, e imagino que a muchos que leéis este artículo del blog, y que como yo escribís más o menos profesionalmente, también os echa un cable, ni que sea aportando esa pequeña inyección de energía que a veces, por mil motivos distintos, nos falla en los momentos cruciales. Un compositor es a menudo un poeta; un letrista lo es de hecho. Y pueden enseñarnos tanto o más que nuestros colegas escritores. No desestimemos el poder terapéutico de la música, ¡es inmenso! Si lo aplicamos al trabajo cotidiano, podemos no sólo sentirnos bien física y anímicamente, sino de paso hallar ese cabo del cual tirar para desenrollar y desarrollar nuestra labor.
martes, 6 de enero de 2009
La soledad del escritor
Algunos de los más renombrados escritores y escritoras en todo el planeta recomiendan al escritor novel, o no tanto, reservarse un tiempo para desconectar de la sociedad y sus múltiples vicios y tentaciones, y de la civilización urbanita de nuestros días; recogerse en una pequeña y escondida casa en un remoto pueblo de la geografía española (o mundial, dependiendo del presupuesto de cada cual), y ocuparse exclusivamente en dar rienda suelta a su talento, o lo que sea que necesite o tenga a mano para escribir. Eso, digo yo, es tan maravilloso como imposible para el común de los mortales; un privilegio de pocos. Se necesita dinero. Mucho. Y tiempo. Mucho más. Y esto último no sólo es bien muy escaso, sino que además no se genera ni fluye cíclicamente como el primero. El tiempo que se va, que desperdiciamos tantas veces en tonterías, que se nos escurre entre los dedos como finísimos hilos de agua, no vuelve. Sería maravilloso, sí, poder aislarse de todo aunque fuera, no por unos días, siquiera por unas horas o unos breves minutos que se hacen nanosegundos cuando nos concentramos en algo tan absorbente como la literatura, ya sea propia o ajena. Yo reconozco con humildad que nunca hasta ahora he podido darme semejante lujo. A lo máximo que puedo aspirar es a la soledad de mi dormitorio-despacho-biblioteca. Allí intento, muchas veces en vano, desconectar de lo que me rodea. Trasladarme a otra dimensión, transportarme a otros mundos que son sólo míos hasta el momento en que decido compartirlos con los lectores, y creer y crear… Creer que mis creaciones pueden llegar a ti y a tantos otros que me esperan. Hay un tiempo para empaparse de todo y todos los que nos rodean, y un tiempo de soledad para construir nuestro propio mundo a partir de todo lo que nos han dado, lo que han compartido con nosotros, lo que nos han prestado… o lo que, con alevosía o no, le hemos robado al mundo. Y no hablo de plagio ni de piratería, sino de sensaciones, sonidos, colores, olores, palabras pronunciadas en la calle, durante el trayecto en tren o en autobús, en los probadores de unos grandes almacenes o en el ascensor de tu edificio… Sí, debe de ser maravilloso perderse en una isla desierta sin más compañía que tu sombra, y que nada ni nadie influya en tus pensamientos o en tus sensaciones más íntimas. Y es que a veces el comentario mejor intencionado puede ser muy perjudicial para la creatividad o el impulso del escritor.
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