Asunción Moreno no fue nunca una mujer sencilla de entender. Y menos aún cuando se convirtió en Deyanira Alarcón, una escritora que triunfó con sus novelas. Hasta que una de ellas no gustó, y Deyanira decidió irse a Venecia a poner un punto y aparte en su vida.
Estos son sus cuadernos, los papeles que escribió allí para entenderse a medida que pasaban los días y con ellos la desidia. Este diario refleja a una mujer que trata de sobrevivir escribiendo, después de haber renunciado a ese «tipo de literatura que sólo sirve como literatura». Una mujer que pudo olvidarse de sí misma cuando al fin descubrió la vida que nunca había vivido.
Este libro es una confesión desprovista de pudor. Nunca hubiera visto la luz si Deyanira Alarcón no hubiera encontrado su destino precisamente cuando huía de él.
No diré que este no sea un libro romántico; hay amor, pero extraño, medio enfermizo, medio egoísta, medio compulsivo, medio nosesabequé… Es extraño porque lo siente una mujer que, ya de por sí, es extraña. O como diría mi madre: más rara que un perro verde.
Deyanira escribe sin saber, la mayoría de las veces, por qué o para qué. A pesar de sus muchos años (debe andar por los cuarentaytantos…), es como una chiquilla ingenua que recién acaba de descubrir cómo va este cochino mundo. Que haya de descubrirlo en Venecia a través de dos camareras lesbianas (más raras que la propia Deyanira…) y un pinchadiscos metido en una «oscura» mafia, tiene cojones.
Y luego está la droga. Por un lado el gobierno español se gasta todos los años miles de euros en campañas publicitarias para advertir sobre el peligro de la drogadicción… Y por otro la literatura —y este libro muy en particular— te dice que si no esnifas unas rayitas—en plural— al día no estás a la última, ni eres sexy ni eres cool; no eres nadie, no vales nada.
En cuanto al estilo de la narración… oscila entre la poesía pura o el recurso de los mitos grecorromanos… y la ordinariez pura, ¡y ríete tú de Belén Esteban! Para que luego «alguien» me venga diciendo que mezclar ambas cosas en un mismo libro es raro. Cuando raro = malo/inadecuado/incorrecto.
Por último, anoche, el epílogo… de la editorial (y no me queda claro aún qué editorial) me dejó desconcertada, descolocada y con la sensación de: «ahora sí que no entiendo ná de ná». O sea que, como ocurrió con El pedestal de las estatuas, en este libro no hay nada de Antonio Gala. Y yo no sé por qué leches se le atribuye a este hombre un libro que no es suyo. Aunque a decir verdad, pienso que a todos se les ha hecho la picha un lío y ya no saben qué es real, qué inventado… y quién es la tal Deyanira Alarcón. En fin; me queda la sensación de haber pasado casi un mes (ahora entiendo por qué alargaron el plazo de préstamo en la biblioteca) descifrando lo indescifrable. Y me hago una firme promesa: no volver a leer nada, ABSOLUTAMENTE NADA de este señor. Porque no es que escriba mal… o bien… Cada cual escribe como quiere y como puede y como le han enseñado (¿?)… El problema es que al final no sabes si te han dado gato por liebre, liebre por gato, o vete tú a saber qué…
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