Empecé mi carrera literaria con una mujer ahorcada en un árbol. Y hasta hoy. Han sido años de mucho trabajo; pero, sobre todo, muchas dudas. Al principio, porque no había nadie «al otro lado» que quisiera leerme. Eso me generó mucha inseguridad y, como en 1997, recién acabado el borrador de mi primera historia, no tenía (y sigo sin tener) una bola de cristal que me vaticine el futuro, pues hubo muchas «lagunas negras» muy parecidas a los años del bullying.
Luego llegaron los blogs y las redes, y
recuperé, en parte, la ilusión de los primeros meses. Pero también, con el
tiempo, como casi todo, descubrí que había mucha falsedad en ese mundo virtual.
No es que lo haya abandonado en ningún momento, ni vaya a hacerlo en los años
futuros, pero sí he aprendido a relativizarlo todo. A entender que seguidores (followers)
no son necesariamente amigos, sino, en el mejor de los casos, potenciales
lectores (consumidores) de mis historias. Que los amigos de verdad son esa
gente que estaba conmigo cuando yo ni siquiera sabía qué rumbo iba a tomar mi
vida. Que la gente que se acerca a ti persiguiendo, como los perros, el rastro
dulzón del éxito, no es de fiar. Que hoy sí, pero mañana no.
Y sigo escribiendo, sobre todo porque las ideas (luminosas o no) no me faltan, porque quiero dejar un legado que me sobreviva, ya que por suerte o por desgracia no he tenido hijos. Porque mis personajes me hacen sentir orgullosa, incluso los peores, los villanos, las villanas, gente rara, gente tóxica, gente que desfasa mucho, y otros con mucha mierda en la cabeza. Pero reales y valientes. Sobre todo, ellas. A dos días de celebrarse el día de la mujer, te digo alto y claro que soy incapaz de «parir» mujeres sumisas.
Sorry, I’m not sorry.
Y debería aprender, intentarlo al menos; lo
que viene supone un cambio de registro, de género y de época, de lenguaje y de
costumbres; supone un salto al vacío, pero también un alivio inmenso porque
llevar en la cabeza durante una década una trilogía histórica es… Uff… No
quieras saberlo.
Voy a estar en silencio mucho tiempo, después
de sacar lo que tengo entre manos para este año. Quizás hasta me aleje de
internet para no contaminarme y poder teletransportarme al siglo donde me
tocará vivir durante buena parte de 2024 y quizá también de 2025.
Pero antes quiero ofreceros historias
bonitas que os hagan reír y soñar. Porque luego entraréis conmigo en una
espiral de drama de no te menees. Palabra de Jules.
Y de veras que tengo ganas, y espero que la
vida me dé para eso y más.
Sí, son 27 años dándole a la tecla, y tú
pensarás: «tantos años para tan pocas novelas, aquí hay algo que no encaja».
Te lo diré alto y claro también: demasiados años cumplidos. La revolución de
las nuevas tecnologías me ha pillado vieja. Eso y que nunca he tenido «una cara
bonita». Y no me mires así; a estas alturas del milenio ya deberías saber que
hoy lo que importa es vender, que el talento y el buen oficio cada día importan
menos y lo que de verdad cuenta es salir bien en la foto. La de la solapita,
claro, la que no verás en ninguno de mis libros porque yo no quiero que mi
físico te condicione ni te cree prejuicios a la hora de valorar mi obra.
Porque mi rostro no me define, pero mi prosa
sí. Porque mi cuerpo no lo he elegido, pero sí elijo todas y cada una de mis
palabras cuando creo un nuevo universo para «hacerte pasar el rato», que otra
cosa tampoco pretendo. Porque cuido mi trabajo casi hasta la náusea, porque sufro
la maldición del perfeccionismo, que me obliga a revisar mis escritos hasta
quemarme las pestañas. No porque no tenga editorial «que me respalde», ¡vaya
tontería!, sino porque yo solo te ofrezco mi mejor versión. La que humanamente
puedo ofrecer, que milagros tampoco hago.
Por eso, en 27 años solo has podido leer once
novelas mías. Actualmente, tengo dos fuera de circulación; una porque pertenece
a la época antigua, o de juventud, y ha quedado muy «pasada de moda», y otra
porque está en proceso de reconstrucción.
También porque, para mí, calidad es siempre mejor
que cantidad. Sé de autores que sacan a la calle 3, 4 y 5 novelas al año. Cada
cual con lo suyo. Cada cual conoce su historia y su nivel de autoexigencia.
Como ya te he dicho, yo solo ofrezco mi mejor versión, y eso lleva su tiempo. Y
luego está la vida, que de tanto en tanto te suelta una hostia con la mano
abierta y te tira al suelo. Y levantarse lleva su tiempo también.
El año pasado estuve al borde del colapso, con
ataques de ansiedad que casi me obligaron a ir al médico, pensando que no podía
cumplir con mi gente (mis lectores) y sintiéndome infinitamente culpable por
ello.
Este año NO. Este año he aprendido a quererme
y a priorizarme por encima de todo y todos. Primero soy yo. Y luego… ya se
verá. No doy fechas, no me pongo plazos, no hago planes, ni me impongo
disciplinas que, honestamente, no voy a cumplir. Dejo que la vida fluya y me
sorprenda, y empiezo a respirar, hondo, tranquila, serena. Todo muy namasté,
vaya.
Por eso solo hay 11 novelas; unas mejores y
otras peores, pero siempre mías. Te pueden gustar o no, pero ahí estoy yo,
siempre, en carne viva, escribiendo desde las entrañas porque no sé hacerlo de
otra manera. Ojalá sigas queriendo leerme, pero si no es así, tranquilo; hay
millones de historias ahí fuera, la mayoría fantásticas. Seguro que encuentras
la tuya.
A veces yo también prefiero leer las historias
de otros antes que las mías. Quizá por vergüenza, quizá por pudor o por
inseguridad o por lo que sea. ¡Quién sabe!